Lo primero que deberías tener en cuenta: Este artículo forma parte de mi diario de viajes, y hablo de lo que he descubierto y aprendido en cada país. También añado información práctica que me costó encontrar en su momento.
La idea es que, si vas a viajar a Bosnia y Herzegovina pronto, puedas usar mis experiencias como referencia, y organizar (o no) tu aventura desde ahí. Si tienes dudas, escríbeme!
Es 24 de junio, 2016. Y el tren Zagreb-Sarajevo es lento.
Sin prisa, sale a diario a las 08:59, y tarda más de 11 horas en recorrer los 400 kilómetros que separan las dos ciudades.
Aunque esto pertenece al pasado: desde diciembre de 2016 esta línea ya no existe. Y Bosnia queda fuera de la red de ferrocarril Europea.
Nada de esto me afecta: No tengo prisa, y el paisaje es perfecto. Bosques, prados, pueblos. Y sol. Mucho sol, en abundancia y para todos.
Por supuesto, esto tampoco es un problema: Disfrutar de una cerveza como el resto de viajeros en mi compartimento lo hace más llevadero.
Cerveza o no, nada reduce sus miradas curiosas, como pensando (en croata): «¿Qué hace aquí este tío, en este tren, habiendo autobuses más rápidos y baratos?».
Me da igual. Me gusta viajar en tren, es más auténtico.
Además, no voy hasta Sarajevo. Al menos no hoy:
Un día en Banja Luka
Pronunciado Baña Luka, es la segunda mayor ciudad en Bosnia-Herzegovina, y se sitúa al norte del país. Cerca de la frontera con Croacia, pero con gran influencia Serbia (casi un 90% de la población).
Poca gente usa ya el tren, y la estación está bastante alejada de la ciudad.
No pasa nada. Allá me espera Bojan, un chico súper-amable que me ofreció por Couchsurfing un sitio para pasar la noche.
Trabaja medio año con su novia eslovaca en los cruceros del Danubio por el norte de Europa, y libra otro medio año. Y están pensando en irse a vivir a España. No les animo.
También nos esperan, a mí y a todos, cerca de 37 ºC. Y más de 70% de humedad, para mejorar el momento.
Dejar la mochila y nos vamos a comer. Sitio tradicional a la orilla del río, y junto a la fortaleza de Banja Luka:
Y a comer ćevapi, por supuesto. Plato nacional de Bosnia y Herzegovina, y mi nuevo plato favorito en el mundo en estos momentos.
Podría escribir un diario entero sobre este plato, pero solo añadiré que la receta de Banja Luka fue una de mis preferidas por el toque ahumado y la textura de la carne.
Mucha cerveza Nektar.
Paseo por el centro de la ciudad, y en todas las horas que llevo aquí no he visto ninguna bandera Bosnia. Todo son insignias serbias o rusas, incluso souvenirs o camisetas con el rostro de Putin. Divertido.
Noche con los amigos de Bojan: Personas normales con trabajos normales que no hablan inglés pero entre los que nos invitamos a pizza, más cerveza Nektar, y chupitos de rakia. Es viernes.
Y es imposible dormir: el calor hace que se te peguen las sábanas, que el cielo se derrita, y que las llamas eternas del infierno parezcan de risa.
No importa. Siguiente día y la madre de Bojan nos prepara un desayuno típico que devoramos entre los tres: verduras, frutas y börek con kaymak. Mi segundo plato preferido y que comeré en todos los países de los Balcanes. Perfecto.
Autobús a la estación, y cojo un tren igual que el de ayer. Me marcho pensando que, además de que el transporte es lento, yo lo hago en dos etapas.
No pasa nada. Tengo cerveza fresca para el viaje, y todo el tiempo que quiera por delante.
Y así descubro Sarajevo
La capital de Bosnia y Herzegovina, una ciudad con una mezcla que me enamoró.
Me alojo en el Travelers Home Hostel, y sigo conociendo a gente increíble.
A día de hoy me acuerdo mucho de Mladen: Un motero auténtico nacido en Belgrado cuando era capital de Yugoslavia, que ha viajado por todo Europa con su moto. Chef profesional, ha tenido restaurantes top en varias ciudades de Europa. Trata de olvidar que ya no tiene país, no tiene nacionalidad. Se siente yugoslavo y su país no existe, su tiempo no existe y ya no le gusta Belgrado. Pero cocina como un maestro (nos preparó una cena increíble), y quiere trabajar en los países nórdicos y juntar plata. El viaje sigue.
Como siempre, Free Walking Tour el primer día
Una chica joven de Sarajevo nos explica durante dos horas la historia más reciente de la ciudad. Desde la invasión otomana hace más de 500 años, hasta la última guerra en 1992.
Nos enseña los restos:
La fábrica de cerveza Sarajevsko que construyeron los otomanos para la población de la ciudad que no se convirtió al islam.
La actual biblioteca de la ciudad, en un edificio construido por el imperio austrohúngaro queriendo copiar el estilo otomano sin saber mucho… Les salió el único edificio de la ciudad con estilo mozárabe:
El punto donde el atentado de Sarajevo desencadenó la Primera Guerra Mundial con el asesinato del heredero al trono en el imperio austrohúngaro.
Los restos de los morteros de la última guerra. Manchas rojas en pequeños cráteres por los suelos de toda la ciudad que no han retirado para no olvidar.
Nos cuenta historias de cómo vivió la guerra cuando era niña. Cómo no tenía colegio durante el primer año de guerra. Cómo el sitio de la ciudad continuaba, y empezaron a ir corriendo a clase por la mañana pronto, antes de que los francotiradores empezaran su faena diaria de matar niños.
De paseo por Sarajevo
A pesar de todo el horror que puedas leer en Wikipedia, Sarajevo me parece precioso.
100% seguro, por supuesto. Las gentes tan amables como en el resto de los Balcanes. Ya no quedan casi restos de la guerra. Todo son colores.
Nada que ver con la imagen que pudieras tener si nunca te interesaste antes por el tema
El centro histórico me cautiva. Parece que estés paseando por el Grand Bazaar de Estambul, solo que más pequeño.
Si en Banja Luka el 90% de la población son serbios (o sea, ortodoxos), en Sarajevo la mayoría (80%) son bosniaks (o sea, musulmanes).
Se nota en que no hay tantos bares de Rock ni de cervezas. Y los que hay son para turistas.
Pero hay té y café turcos para todos. Helado y baklava. Por supuesto, esto no es un problema.
Subo hasta las fortalezas. Primero la blanca (Bijela tabija), arriba del todo.
Unas vistas perfectas de la ciudad justifican la subida empinada entre casitas típicas:
Saludo a las señoras mayores que me cruzo, pero están demasiado ocupadas en tomar nota mental desde sus ventanas de cada turista que pasa. No intento explicarles que no soy ningún turista.
Por supuesto, esto tampoco es un problema.
Bajo desde la fortaleza blanca y paro en la amarilla, más abajo (Žuta tabija).
Aquí está colocado el cañon con el que avisan del final del ayuno diario durante el Ramadán. Las familias que pueden se juntan en esta fortaleza para el banquete diario, y el resto se junta en la plaza de la ciudad antigua.
Bebo zumo de moras y como baklava. Demasiado baklava nunca es demasiado.
Doy vueltas por Sarajevo y leo en los parques. Paseo junto al río.
Visitar Vrelo Bosne
Desde el centro de Sarajevo, el tranvía 3 me lleva hasta la última parada, Ilidža. Camino diez minutos y estoy en un paseo entre árboles enormes que alivian el calor diario de julio en Bosnia.
Avanzo por esta senda esquivando los carros de caballos que llevan a los turistas.
Por 2 marcos bosnios (1€) entro al parque Vrelo Bosne, donde nace el río Bosna. Uno de los más importantes del país y en el que desemboca el Miljacka, que cruza Sarajevo.
De vuelta, doy un rodeo y paso por el puente romano sobre el Bosna, cerca de Ilidža.
Un entorno tranquilo, donde varias familias celebran una barbacoa y se refrescan con agua del río, en lugar de dentro el río. Flojos…
Yo lo intento pero el agua está tan fría que mis pies se congelan y fosilizan antes de llegar a meterlos. Flojo…
Diez días son suficientes en Sarajevo
Y hay autobuses a Mostar a diario, bastante frecuentes. El bus cuesta 8,50 €, pero me cobran otros 3 marcos (1,5€) por entrar a la estación y llevar la mochila en el autobús. Me han visto cara de occidental.
Se me olvida en cuanto salimos de Sarajevo y empezamos el viaje:
Laderas verdes, montañas altas, ríos rápidos y lagos azules. Me recuerda a casa, al Norte.
No paro en Konjic, aunque debería haberlo hecho:
A medio camino entre Sarajevo y Mostar, y junto al río Neretva. Un pueblo en los montes que ofrece un montón de actividades para aventureras/os de todo tipo: Rafting y demás deportes por los cañones y los ríos. Visitar el búnker de Tito (6.500 m²). Un entorno precioso en los montes.
Y como la idea general en mi viaje es no planificar nada, no reviso qué hay que visitar en una ciudad hasta que me lo encuentro:
Por eso, Mostar me sorprende aún más
Cuando llego a Mostar no tengo ni idea de que hay un puente y una ciudad antigua en torno al río.
No se me ocurre pensar que Most significa puente, y que esto da el nombre a la ciudad.
Y por eso, dejo la mochila en el hostel y me voy a dar una vuelta mientras me tuesto al sol. Y me encuentro el centro de Mostar y se me abre la boca y me quedo en la misma posición diez minutos.
Así que emocionado vuelvo corriendo al hostel a contar a todo el mundo lo que acabo de descubrir.
Por el camino me doy cuenta de que ellos probablemente ya lo sepan, pero es igual, sigo.
Y sin darme cuenta me junto con varias viajeras australianas y canadienses que están de camino al río, a saltar de las rocas. Me voy con ellas, claro que sí.
Vemos a varias personas saltar del punte: recolectan dinero entre los turistas y cuando juntan suficiente, uno de ellos salta. Lo hacen todo el tiempo y desde hace muchos años, como desde el siglo XV (aunque probablemente no los mismos tíos).
Después descubro que cualquiera puede intentarlo y que estos profesionales te dan unas clases previas si les pagas. Por tu seguridad, o por evitar que te dejas los sesos y los
huevoshuesos contra el río.
El hostel que elegí aleatoriamente, Balkanarama Hostel, cambia por completo mi experiencia en Mostar:
Fiestas en la azotea, caídas por las escaleras y muchísimos viajeros.
Nadie se queda una semana en Mostar
Algo que me encanta de este viaje es lo despacio que voy, y lo rápido que van otros:
Todos se quedan uno o dos días en Mostar, y yo ocho. Pude conocer a decenas de viajeros sin moverme del hostel.
Como el chico de Madrid que tenía unos días libres y había ido específicamente a Mostar, y me enseño cómo encontrar la Estrella Polar. O el bajista de Exploited que vino a una fiesta en la azotea. O las chicas de México y Barcelona que estaban de fin de Erasmus, o…
Aunque me moví, y descubrí puntos de la ciudad menos famosos.
La guerra de los Balcanes fue especialmente sangrienta y dura en Mostar. La ciudad estuvo dividida por la mitad, y la lucha fue en las calles y entre vecinos. Gran parte del ejército estaba en otros puntos de lo que fuera Yugoslavia, por lo que la defensa dependió bastante de los partisanos.
Encuentro la que llaman Sniper Tower y subo hasta la azotea:
Una torre abandonada antes de la guerra que sirvió como base para los francotiradores. Ahora se debate entre la ruina y funcionar como sede de un festival de arte callejero cada año.
Camino hasta el cementerio memorial partisano. Recuerda a los héroes de la Segunda Guerra Mundial.
Pero en la última quedó devastado y no ha mejorado mucho desde entonces: cuando lo reforman y arreglan, es vandalizado y destruido una y otra vez por los jóvenes de extrema derecha.
Un chico me cuenta que
Mientras limpiaban de pintadas varios monumentos pro-partisanos, fueron atacados por individuos encapuchados. Resultaron ser menores y haciéndolo en nombre del fascismo.
Otro me explica que
Aunque tiene mi edad, no estuvo en la guerra, escapó con su familia. Al volver a Mostar, se encontró otra ciudad, otras personas. Personas que deberían haber vivido su juventud en los 90 pero no pudieron hacerlo. Así que, ya más mayores, en la década del 2000 disfrutaron de su etapa de drogas y Rock and Roll.
Y así acabo con mis nuevos amigos en un club bohemio: decenas de hombres se juntan para divertirse, cantar y bailar, comer y beber, y más actividades liberadoras para quienes pasaron media vida entre guerras.
Sonrío, porque allá nadie está triste. Algunos olvidan, otros no, pero todo sigue.
Además, también encuentro la estatua de Bruce Lee en Mostar:
Se dice que fue colocada por ser un héroe neutral, así se evitaban las discusiones políticas entre bandos.
Y se dice que las gentes del entorno rural, entusiasmadas con las películas de Bruce Lee, llegaron a escribirle una carta pidiéndole que no los matara a todos, que no le iba a quedar ninguno.
De ahí que se extendiera por la zona el lema «Bruce Lee, don’t kill them all!».
También dedico todo mi tiempo libre a comer más ćevapi, pasar mucho calor y evitar mezclarme con las hordas de turistas que recorren la ciudad por el día en sus viajes organizados.
Y por eso descubro una playa que unos chicos han creado en el río, alejados del centro. Se agradece refrescarse de los más de 40 ºC que ya hace en julio.
Por la noche es mucho más tranquilo.
Qué mas ver alrededor de Mostar
Si tienes tiempo (o te apuntas a un tour donde te lleven a todos), hay varios sitios interesantes (a los que no fui) cerca de Mostar:
- Los lagos de Plitivce. Son preciosos, todo el mundo fue y vi mil fotos.
- El aeropuerto subterráneo de Zeljava, construido por Tito (probablemente no por él mismo).
- La cruz en la montaña que vigila Mostar desde lo alto. Me recomendaron no ir por mi cuenta por el peligro de encontrarte minas por los campos (no fui a comprobar que esto fuera cierto), y no quería apuntarme a un tour.
Y por supuesto, Blagaj, junto a Mostar: Un pueblo muy antiguo, con un monasterio en las rocas y donde nace el río Buna.
Aquí sí que estuve, aunque no intencionadamente… Pero esto es ya parte de la siguiente historia, mi viaje a Montenegro.
Es 10 de julio de 2016. Mi última noche en Mostar, y sucede otro de esos momentos mágicos que me encantan:
No sabía cómo ir hacia mi siguiente destino, ni tenía muy claro cuál iba a ser, si Dubrovnik en Croacia, Kotor en Montenegro, o cualquier otro sitio.
El ¿destino? quiso que me juntara aleatoriamente con otra viajera, Josien, que estaba en la misma situación que yo.
Y así seguimos el viaje, pocas horas después de conocernos. Aunque está claro que esto ya es otra historia…
Si has llegado hasta aquí, déjame primero darte las gracias por leerme. Significa mucho para mí: